domingo, 7 de julio de 2019

Los libros




Los libros

Esperábamos fuego y ha llegado la brisa. Un visillo se alegra y danza como falda en paraíso; sensual, sugerente. El verano viene con las piernas hinchadas, lento, excusándose en los relentes y en las terrazas vacías. Y a medida que se acerca, se aleja lo triste, lo complejo. Ya no hay fanfarrias o tienen sordina, y queda en el aire un sonido imperceptible, disfrazado, un silencio que clama. Es un toque de retreta. A los cuarteles. A los sillones. A las hamacas… a los libros. Y por fin, desprendidos de las prisas y las obligaciones, renacen las llamas, prenden las metáforas. Y merodea por mi sillón la gente antigua, los niños hambrientos, una buscadora de perlas en los mares del sur, un ornitólogo inglés, un escuadrón a caballo por los Urales, un jardín de Salamanca... El verano trae lecturas, historias que aliñan de regustos nuestras siestas. Toque de retreta. Tocan los libros.


           Antonio Díaz González

sábado, 13 de abril de 2019

Carretera y Mantra


Ya nació. Ya vio la luz, o más bien la luz se asombró al ver esta nueva obra de María La Mónica. Un disco que va a sorprender y cautivar. La madurez de María se está cristalizando en un arte más profundo de lo que pudiéramos imaginar detrás de su alegría y su eterna guasa. No te lo pierdas.





Carretera y Mantra

Esto no es un disco, es un viaje iniciático con arte y con guasa. Es una obra que se alegra de estar en tus manos, en tus oídos, al igual que se alegra la N-340 cada vez que María La Mónica se pone en marcha, cada vez que conecta su moño con el cielo, cada vez que se le arrima gente que la hace sonreír, cada vez que abandona su casita en un pinar de Chiclana. Sí, la N-340 o Vía Heraclea, esa ruta tan plena de leyendas, es ahora la de otra semidiosa -aunque ella se achare con ese término-, María La Mónica. Y su moño parece un reactor supersónico, porque te lleva con este disco de Cai a Tombuctú, y de allí a Nueva Orleans y de un salto a Tetuán, y te revolea de nuevo en las playas de Zahora, Los Caños o La Barrosa, y todo eso sin que su guasa gaditana reste ni un gramo a la calidad de los ritmos que encierra: jazz, afro, árabe, funk, flamenco…
La N-340, vertebradora de multiculturalidad, lleva años inspirando a María La Mónica. Por eso Carretera y Mantra, su último trabajo, está impregnado del espíritu de todos los pueblos de la tierra y de su amor por la vida.Por eso es Carretera, por su humor extrovertido, claro y abierto, y por eso es Mantra, por su mensaje reflexivo, positivista e interior.
Su percusión parece estar construida a base de los pasos de nuestros antepasados. Su filosofía es la del crisol, la de la suma y nunca de la resta, de los buenos humos, del nunca parar, del movimiento que alimenta.
La flamencura de Cádiz, como punto de partida, se dirige hacia el estrecho a ritmo y, como debe ser, con una parada en Vejer para reponer fuerzas con una buena tostá de manteca colorá, como las que preparaba y repartía en su pueblo La Mónica, la bisabuela de María a quien homenajea con su nombre. Y mucha atención: si ve pasar su arte, no se aparte.


       Antonio Díaz


Puedes encontrar el disco en La Venta de Vargas (San Fernando) o directamente el la página Facebook de María La Mónica: 


jueves, 24 de enero de 2019

Reseñas de La memoria en llamas en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes


Ayer mismo se publicó el número 34 de la revista Speculum en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. En su apartado de reseñas se han publicado dos dedicadas al libro La memoria en llamas, la primera por el profesor José Antonio Hernández Guerrero, director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, y la segunda por mi compañera del Club en Algeciras Josefina Núñez Montoya.

Para mí ha sido un honor y un placer leerlas y espero que os gusten, tanto las reseñas como la revista en sí.

Pincha en el logo para entrar en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Saludos
Antonio Díaz

jueves, 20 de septiembre de 2018

La flamígera memoria de Antonio Díaz (Reseña)





La flamígera memoria de Antonio Díaz 

Por Mauro Barea

Suelo leer libros con temática local para que, a través de las ficciones y sus profundidades, los personajes me presenten diferentes ángulos de la tierra que piso y de la que desconozco muchas cosas. Escribir amparado en el ámbito local es una cuestión delicada, pues la mayoría de estos textos fracasa en intentos burdos porque sus autores suelen perderse en la superficialidad, consecuencia del abuso de los artificios el lenguaje y del «creer conocer la calle donde nació». Conocí San Fernando hace ya unos seis años, pero llevo residiendo dos; por curiosidad propia suelo documentarme allá adónde voy, no solo de la orografía y lo obvio del paisaje superficial; me aboco a conocer el pasado que ha convertido en presente, en este caso a La Isla de León. Magistralmente editado por el Club de Letras de la Universidad de Cádiz y bellamente ilustrado por Carlos C. Laínez, La memoria en llamas es un libro cuyos personajes me cuentan historias personales, a veces con una carga introspectiva que da la impresión de estar acechando por una ventana secreta. Y así lo hace Antonio: señala y abre resquicios en la piedra; sitios que a simple vista no encontraremos en la Calle Real, en la calle San Rafael, o en las barcas de la Casería. Personalmente, eso es lo que busco en libros de una tierra que quiero comprender, y Antonio me echa un cable muy bueno con su narrativa, que hay que decir, es impecable y amena. Independientemente de que su temática se centre en puntos que para un no nacido aquí como yo sean incomprensibles, con Antonio ocurre un fenómeno curioso: logro visualizar lugares y situaciones con nitidez, reconozco ciertos hilos que pueden conectar con mi bagaje cultural y de experiencias lejanas. Debo acotar que también me crie en la costa y comparto con Antonio el aroma de la sal marina, los cuarenta a la sombra y el placer absoluto de sumergirse en el mar. Las épocas en las que se centra el libro son cercanas a mi infancia, aunque nunca conocí el jabón Lagarto, no he saboreado un tazón de poleás, mucho menos conozco el potaje de berzas. La temática del fuego puede resultarnos engañosa: no todas las historias se centran obligadamente en este elemento —aunque algunos lo lleven muy bien escondido, o cumplan como un símbolo tras bambalinas—, pero los personajes cumplen la función de «arder» bastante bien y fungen de puente con las historias: el desesperante Alinandito, los sinvergüenzas Congui y Mori, el inolvidable Antoniezú, y los «fenicios» que dan título a Rosario y Chano, uno de mis relatos favoritos. El libro se presenta como la pleamar de Camposoto: los relatos, que inician con la extensión de una sola —y potente— frase, se van engrosando conforme uno se adentra en la lectura. Las olas de palabras van anegando la playa de papel ahuesado, hasta terminar con relatos ricos y complejos, entonces llegamos al incendio máximo. Un libro con esta temática local no puede ser condenado a la ignorancia. Como mexicano tratando de adaptarme a una región tan rica como la andaluza, La memoria en llamas me transmite muchos y variados elementos para lograr la conexión con las tierras de Cádiz. Su prosa, como ya he mencionado, amena y sin mucha floritura a pesar de sus coqueteos con la poesía, es el tipo de narrativa que se agradece cuando las profundidades del pensamiento —de la cabeza de Antonio— son llevadas a las historias, donde prevalece un área geográfica muy pequeña y que el lector a duras penas puede conocer en la realidad.  La memoria en llamas es un llamado a la experiencia y el deleite de las historias locales que pueden resonar en cualquier parte del mundo. Si el libro funcionó bastante bien con un mexicano, no me imagino lo que producirá en el gaditano, en el andaluz.

lunes, 11 de junio de 2018

La memoria en llamas




Hoy presentamos nueva obra en la Feria del Libro de San Fernando, La memoria en llamas. Me acompañará la escritora Mª del Carmen Orcero Domínguez. Al anunciarlo en Facebook recibí un mensaje de otra amiga: "Es la mejor presentadora que podías haber buscado". Pues claro, es algo evidente. No sé si merezco ese priviliegio, pero sí sé que su buen hacer literario impregna de calidez y calidad todo lo que escribe o recita. Sé también que esta tarde será memorable, en gran parte por su apoyo.

Para la elaboración del libro La memoria en llamas he tenido la suerte de contar con dos colaboraciones de tal magnitud que engrandecen esta pequeña obra y empequeñecen a este que les escribe. Se trata de Carlos Laínez y David Verdugo Abad.

Carlos Laínez es la persona viva, que yo conozca, más parecida a la figura de Leonardo Da Vinci en lo que se refiere a su abanico de dotes artísticas. Es escritor, autor teatral, actor, encuadernador, editor, pintor… y estoy seguro de que me dejo atrás más actividades que desconozco. Ha ganado concursos importantes y tiene un reconocidísimo prestigio en varios de esos campos. La finísima y surrealista ironía de sus trabajos teatrales como Carta de mamá o El año del gran tornado, y sus trabajos expositivos como Historias de gatosDoctor Alejo Sloan. La ciencia y la mecánica al servicio de la humanidad, entre otros, me llevaron a pensar en él como ilustrador de La memoria en llamas. Fue para mí un verdadero lujo que Carlos accediera, y además con tanto acierto en su diseño. Estoy seguro de que su creación llamará la atención de más de un lector despistado que divague por alguna que otra librería.


Por otro lado, también he contado con el buen hacer de David Verdugo Abad, otro hombre polifacético: escritor, diseñador, maquetador, corrector… Suya fue la maquetación de Los años de la ballena, de muchos trabajos colectivos y muchas otras obras, y suya ha sido la maquetación y el diseño de este libro, cuya calidad salta a la vista con un simple ojeo. Pero además de eso, he tenido la fortuna de que aceptara ser el prologuista. No hay más que leer alguno de los relatos de su libro El idioma de las señales para darse cuenta de la extraordinaria sensibilidad que derrocha su creación. Fuimos durante varios años compañeros en el Colectivo de Letras Libres y conocemos bien cada uno la obra del otro, algo que él ha usado en la confección del prólogo. Y lo ha hecho con tanto mimo y afecto que os puedo confesar que derramé muchas lágrimas de emoción al leerlo.

Creo, muy sinceramente, que gran parte de la calidad de esta pequeña obra se la debo a ellos. Carlos Laínez y David Verdugo Abad, muchísimas gracias. Vuestra colaboración ha engrandecido La memoria en llamas.


Antonio Díaz González

domingo, 13 de mayo de 2018

Caricia








Hace unos días tuve el feliz privilegio de actuar en Girona junto con José Luís Morilla, mi compañero e ideólogo de ese ilusionante proyecto llamado Jarabe deArte. Fue para la ONG Good Bites, una asociación que dedica sus esfuerzos a recaudar fondos para la Fundación Vicente Ferrer en la India.








En Girona, invitados por Nuria, Neus y su marido Javier, recibimos todo su cariño y hospitalidad. Tuvimos ocasión de cantar para un público afable y entregado, pero también hubo poesía: se leyeron algunos de mis textos traducidos al catalán por Marta, otra amiga a la que conocimos Mari y yo hace unos años en el Camino de Santiago y que desde entonces, junto con su madre Carmen, no para de transmitirnos su carino y su entusiasmo.




Uno de los poemas que se leyeron fue este, Caricia. Hoy lo pongo aquí porque esta mujer que sostengo en mis brazos, esta micurria con cara de felicidad recién estrenada, la luz que alumbra mis días, tiene ya cuatro años. Este fin de semana es de celebración por la vida, por la primavera, por el amor y por la felicidad que nos aporta diariamente nuestra pequeña María. Sí, se nos está haciendo grande, pero bendito sea el crecimiento a su vera, iluminados por su sonrisa. Feliz cumpleaños, María.



Caricia

No és que els jocs t’hagin vençut
ni que la nit estigui avergonyida
per clausurar la teva alegria
darrera un dia d’onades i riures blancs.
No és que acariciïs el meu braç de matinada.
no és això.
És el percebre que aquella carícia remet,
que la teva maneta s’afluixa
quan et venç la son.
És això.
Perquè en silenci percebo que és el preludi
del dia en el que, sense adonar-nos-en,
t’hauràs fet gran.


Caricia


No es que los juegos te hayan vencido
ni que la noche esté avergonzada
por clausurar tu alegría
tras un día de  olas y risas blancas.

No es que acaricies mi brazo de madrugada,
no es eso.
Es el percibir que esa caricia remite,
que tu manita se afloja
cuando te vence el sueño.
Eso es.
Porque en  silencio percibo que es un preludio
del día en que sin darnos cuenta
te hayas hecho mayor.


         Antonio Díaz González


domingo, 4 de marzo de 2018

A Fernando Quiñones


Ay, Quiñones, Quiñones... la de cositas que he aprendido de ti. Y sigo aprendiendo.  Hace unos meses, por ejemplo, descubrí tu poema DEL ATALAYERO en la magnífica antología Poetas andaluces de los años cincuenta, de María del Carmen García Tejera y José Antonio Hernández Guerrero. Alguna vez he hablado del relato El día de la ballena de Nieves Vázquez Recio, en el que se narra un hecho parecido al del comienzo del tu poema, Fernando, el varamiento de una ballena y posterior asombro de la población gaditana. Seguro que no es casualidad, no conozco a nadie con más conocimiento de tu obra que la propia Nievez Vázquez, y estoy seguro también de que su obra ha conseguido inspirarme a mí. Curiosos los caminos de las influencias e inspiraciones... 

Tengo por delante una semana muy quiñonera. El próximo martes trataremos la obra de Quiñones, tu obra, en uno de los encuentros literarios del Ateneo de Mairena del Aljarafe, el miércoles, jueves y viernes asistiré al Congreso Internacional "Si yo les contara... 20 años sin Fernando Quiñones (1998-2018)" en la Universidad de Cádiz y el sábado, si nada me lo impide, acompañaré a los locos quiñoneros por las calles de Cádiz en la VIII Ruta de Quiñones. Alguna que otra vez me han dicho que Los años de la ballena les ha recordado a Las mil noches de Hortensia Romero, tu novela. Te puedo asegurar, maestro Fernando, que ese es el mejor de los halagos que he podido recibir. 

Dicen que veinte años no es nada. Frase acertada en tu caso, tu obra sobrevuela tormentas, días y el propio tiempo como un hermoso alcatraz.


Fotografía de Mario Argüelles Rubiera


EL ATALAYERO

I


A principios de siglo, un cadáver enorme
fue a rrastrado hasta el Sur por las corrientes del Atlántico
y quedó varado en la playa de Cádiz
donde algo así es cosa
muy rara:
todos fueron a ver la carroña,
aún queda del suceso alguna foto desteñida
en olor de gentío y putrefacción
y aquel año llegó con la molienda del olvido
a extraviar sus cifras para convertirse en
EL AÑO DE LA BALLENA.
Abasto de azeite de ballena…
A Gijón en cambio
como a todo lo largo del Cantábrico de aguas frías y días grises
se avecinaron las ballenas
hasta poco después del siglo dieciocho.
Hai pez tan monstruoso en esta mar de Asturias
que solamente las barbas se venden en mucho dinero
i el pez trae de provecho a los que lo pescan más de mil ducados
i lo es más de la grasa que llaman saín
con que se alumbra la gente común desta tierra.
Y si era de ballenato
el saín valía para guisar
y los huesos de la ballena
valían para muebles y vigas de la casa;
el abad del monsaterio de Santa María de Arbás
alquiló el fondeadero de Entrellusa a dos vecinos de Avilés en 1232
con sus exidas e suas entradas e con suas derecturas
y 400 años más tarde
una humilde mujer
María Menéndez
vendía en Gijón saín al pormenor
durante siete siglos
la marinera gijonesa
trabajó la ballena casi
sin dejar las aguas del puerto.
Veinte y dos reales
por tres flejes de rremo vendidos a unos asturianos…

Y la ballena era una fiesta, era
como el advenimiento de un gran ángel oscuro y maloliente
con dineros    grasa
carne comestible    sillas
marcos de puertas
hartazgo para perros y gatos y gaviotas,
y juguetes
(esto de los juguetes lo cuenta Jovellanos
cómo se embarcaban los niños de Gijón
sobre las costillas de ballena
-gritando igual que ahora en la fría playa soleada con un telón
de aborrascados montes-
y cómo se entregaban en ellas al juego de las naos
que tenía alusión a los antiguos combates navales,
así redimidos y preservada su leyenda
por la infancia y el tiempo perdonador).

De Las crónicas de mar y tierra
de Fernando Quiñones